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TEENAGE WILDLIFE O EL RECUERDO DE UNA JORNADA ÉPICA JUNTO A BOWIE EN MI ADOLESCENCIA
  • Publicado el: 10 · January · 2023
  • Por: Editor
  • Actualizado el: 15 · April · 2025

Por Martín De Mussy

Cuando llegué ese día de vuelta a la casa, mi papá me preguntó por el concierto y sinceramente le dije que fue el mejor show de la vida. Hoy con 38 años, más de 1.000 conciertos en el cuerpo y el recuerdo de muchas noches muy memorables, lo sigo creyendo.

Con una nota que tenía la firma de mi mamá falsificada logré que me dejaran salir antes del colegio. No toda la independencia estaba de mi lado a los 13 años. Desde ahí, tuve que correr un par de cuadras hasta tomar la micro que me dejó en la puerta del Estadio Nacional. Mi propósito era llegar primero a eso de las 15hrs y por poco lo logré. Sólo había un par de fanáticos de Bush (!!??) delante de mí. Yo mismo me sorprendí que no fueran seguidores de Bowie los que estuvieran abriendo los fuegos, pero estaba advertido que su arrastre en Chile no era muy grande aunque fuese el cabeza de cartel de esa jornada del 5 de Noviembre de 1997 en el Santiago Rock Festival junto a Molotov y la banda de grunge británico.

Y así se dieron las cosas. Ni siquiera se llenó el lugar, que no era el estadio del recinto sino el Court Central con capacidad para 5.000 personas, pero eso no importó para que se celebrase en Chile uno de los mejores conciertos que ha pasado por nuestras tierras. A eso de las 21 horas, después de la sorpresa de Molotov (en su debut antes de hacerse famosos) y del algo más aplaudido show de la banda de Gavin Rossdale, apareció en escena el mítico Bowie con un mohicano anaranjado (recordando a su época Ziggy), una tenida tibetana de blanco y un rostro sonriente y agradecido como si fuese el mejor de los públicos de un estadio repleto para él. Con 50 años estaba disfrutando una libertad artística sin compromisos entendiendo que la masividad no era sinónimo de calidad.

El británico venía a Chile por segunda vez, pero en esta ocasión dejó de lado los hits que si trajo en su show del 90 y se lanzó de lleno a presentar las canciones de su último álbum Earthling. Hoy, cuando lo recuerdo y lo analizo en retrospectiva, creo que fue un show brillante en su estructura. Partió con toda la fiereza de I´m Afrain Of Americans, pero fue entrelazando versiones remozadas y geniales de Look Back In Anger, Panic In Detroit o The Man Who Sold The World entre medio de las canciones de su último disco y el previo Outside (ambos incomprendidos en su época por su inspiración industrial y jungle, pero hoy aplaudidos como parte del renacimiento creativo de Bowie). A eso se sumaron algunos clásicos como Under Pressure, Fame, Fashion y el himno que significa All The Young Dudes, pero sin duda, fue un show que brilló sin comprometer nada de la integridad artística que hoy tanto se le celebra.

Algunos –los que buscaban los hits o los que esperaban bailar Let´s Dance– se fueron desilusionados, pero a mí me voló la cabeza. La revolución emocional, musical, hormonal y mental que viví en esos 120 minutos bastaron para poner mi mundo patas arriba, y que desde ahí nada fuese lo mismo. La figura de Bowie y su reflejo de lo auténtico, su visión de la libertad como motor de la creatividad y su sincera humildad frente a los que estábamos en ese local en Ñuñoa me pareció apasionante y completamente inspirador. Desde esa jornada de Noviembre del 97 nació en mí un fanatismo que me llevó a recorrer el mundo para verlo en vivo, visitarlo a su casa en algunas sesiones de stalker, pero por sobre todo, un fanatismo que me ha acompañado cálidamente a lo largo de mi vida (en mi bailada adolescencia, mi juventud escribiendo para Rolling Stone, en mi vals de matrimonio o en mis actuales escuchas de Station to Station o Hunky Dory junto a mi hijo).

Desde esa jornada de Noviembre del 97 nació en mí un fanatismo que me llevó a recorrer el mundo para verlo en vivo, visitarlo a su casa en algunas sesiones de stalker, pero por sobre todo, un fanatismo que me ha acompañado cálidamente a lo largo de mi vida.

Cuando llegué ese día de vuelta a la casa, mi papá me preguntó por el concierto y sinceramente le dije que fue el mejor show de la vida. Hoy con 38 años, más de 1.000 conciertos en el cuerpo y el recuerdo de muchas noches muy memorables, lo sigo creyendo.